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XI. MARIA

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1 de Mayo de 1982

Muy queridos amigos:

Hace ya tiempo, y no meses sino años, que piden una carta que les ayude a coAnocer más a María. Hasta alguien llegó al colmo de sugerir que escribiera un libro de mariología. Tal libro está fuera de mi capacidad y fuerzas; ¡sugiero que lo escriba uno de ustedes, mejor todavía, una de ustedes! Pero una carta cae dentro de mis posibilidades. Todo esto no lo digo por falsa modestia, sino porque es absolutamente verdad; quienes me conocen más podrán confirmarlo.

Finalmente, hoy, 1º de mayo, fiesta de san José, estando en mi "oratorio" -ese rinconcito mariano donde charlamos y nos miramos-, le pregunté a María" ¿Quién eres? Dime por favor, ¿cómo te llamas?

Y acá les comparto lo que fui escuchando. Les aclaro, sobre todo a los más literatos, que María no me habló en verso, sino en prosa; lo que sigue no es entonces poesía mal medida y rimada, sino testimonio auténtico.

Yo soy la Anunciada María.

Prefigurada proféticamente en la antigua alianza.
La primera entre los humildes y pobres del Señor,
de aquellos que confiadamente esperan
y reciben salvación.
En mí se cumple la plenitud de los tiempos
y se inicia la nueva alianza con Dios.
Mi cántico de alabanza al Señor
es espejo de mi alma,
profecía de pobre,
anuncio de evangelio
y preludio de bienaventuranza.

Yo soy la Inmaculada Virgen Madre.

Redimida del modo más sublime,
en atención a los méritos de mi Hijo,
fui preservada de toda mancha de culpa original.
Soy Madre Virgen de Dios Hijo,
Hija predilecta del Padre y
Templo del Espíritu Santo.
Estoy toda referida a Cristo
y en todo dependo de él.
En vista a él,
el Padre me eligió desde siempre
como Madre santísima
y me adornó Acon dones del Espíritu
que no fueron concedidos a nadie jamás.
Diciendo "sí" al designio de amor divino,
sin contacto con hombre,
sino cubierta por la sombra del Espíritu,
recibí en el corazón y en el seno al Verbo de Dios.

Soy la Nueva Eva

Verdadera Madre del Verbo redentor.
Abrazando la voluntad salvadora de Dios,
fui causa de salvación para mí
y para todo el mundo.
Me consagré por entero
a la persona y obra del Nuevo Adán.
Cooperé a la salvación del mundo
con libertad y obediencia.
Avanzando en la peregrinación de la fe,
anudé con él una historia de amor,
fiel a mi palabra hasta su muerte en cruz.
Soy toda de Cristo y, con él,
toda servidora de los hombres.
El Espíritu me unió al Hombre Nuevo
para ser una nueva Mujer.

Yo soy Madre de la Iglesia.

Modelo vivo y perfecto,
que atraigo e invito
a la fe, caridad y comunión con Dios.
Soy Madre de la Iglesia,
de los miembros de mi Hijo,
pues cooperé con amor
cuando nacían los redimidos.
Yo despierto el corazón filial
que duerme en cada hombre
y los uno como hermanos
en familiar fraternidad.
Soy Madre
y con el Espíritu Santo
reproduzco en mis hijos
los rasgos espirituales del Primogénito.

Yo soy María Asunción.

Terminado el curso de mia vida terrena,
fui asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.
Hecha semejante a mi Hijo,
que resucitó de los muertos,
recibí anticipadamente la suerte de los justos.
Y exaltada por el Rey como Reina del universo,
refuljo como modelo de virtudes
ante la comunidad de los elegidos.
Brillando cual signo de esperanza y consolación
delante del peregrino pueblo de Dios,
con mi múltiple intercesión
le obtengo continuamente
las gracias de la eterna salvación.

Soy Mujer Eterna

Garantía de la grandeza femenina,
enseño a ser mujer.
Soy Alma, corazón y entrega
que espiritualiza la carne
y encarna el espíritu.
Soy signo,
con rostro materno,
de la misericordia del Padre.
Mi presencia femenina
es sacramento
de los rasgos maternos de Dios.

Y soy Esposa de José

Mujer, Madre, Virgen y Esposa.
Dios se me dió y me dió,
pues confió en el joven José.
Nuestra comunidad de vida y amor,
estable y definitiva,
aún dura hoy.
Por eso él es padre de la Iglesia
y yo soy María de san José.

Y hasta acá María. Si le han prestado atención, quizás hayan concebido una sospecha: la voz de María suena idéntica a la del magisterio de la Iglesia. No sigan sospechando: ambas son una única voz. Pero no es ella quien ha oído y repetido, no es ella el eco de nuestros pastores; son éstos quienes, habiendo aprendido, nos lo han enseñado.

Y concluyo volviendo al inicio: ¿quieren seguir conociendo a María? Teniendo por cierto que sí, les ofrezco dos sencillos consejos: amarla entrañablemente y leer algún buen libro mariano.

Me he quedado pensando... Si tuviera que recomendarles la lectura de un autor mariano, ¿a quién recomendaría? Me inclino espontáneamente hacia san Luis María Grignon de Monfort. Aunque no comparto todos sus puntos de vista, quizás por ser él un santo y yo un pecador, no dejo de considerarlo un clásico: alguien a quien los niños ojean, los jóvenes leen, los adultos entienden y los ancianos festejan.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo grande.

Bernardo


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