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VII. ASCESIS

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1 de Mayo de 1981

Muy queridos amigos:

Hoy es la fiesta de san José obrero. Estimula considerar lo que él se esforzó y luchó, en todo sentido, para servir a Dios. Y estamos también en pleno tiempo pascual, la liturgia nos recuerda de continuo: ¡purifíquense de la vieja levadura para ser una nueva masa, porque Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado! Nuestro recordado papa Pablo VI solía hablar durante este tiempo de las exigencias del bautismo, sacramento que, como sabemos, nos injerta en la pascua del Señor.

Todo parece entonces converger para que en esta carta les diga algunas palabras sobre la ascesis cristiana. El desarrollo previsto será triple: fundamento, aspectos y medios. Si Dios lo sigue queriendo, me mantendré en ruta y expondré lo anunciado.

Ante todo importa asentar firmemente este principio: Dios es quien, mediante su Espíritu, nos santifica. Pero, atención, el Padre desea compartir todo con nosotros, inclusive la obra de nuestra propia santificación, de acá que nos haga cooperadores suyos. Se trata, pues, de un esfuerzo conjunto: ¡Dios trabaja y nosotros sudamos! Cualquier voluntarismo, naturalismo o pasivismo está totalmente de más.

La palabra ascesis es griega, significa renuncia, lucha, esfuerzo y ejercicio metódico. La Biblia la usa apenas dos veces. Pero la renuncia, la lucha y el esfuerzo que el término ascesis expresa están presentes en toda la Sagrada Escritura.

Aunque más no sea, recordemos por un momento a Jesús luchando y renunciando a su propio querer, hasta sudar sangre, a fin de obedecer humildemente y abrazar la voluntad del Padre (cf. Lc. 22, 41-44; Fil. 2, 7-8; Heb. 5, 7-9; 10, 5-10; 12, 2-3). De esta manera llevó a cabo la misión que le había sido encomendada: pactar la nueva alianza entre Dios y los hombres. La ascesis de Jesús, centrada en la humildad y la obediencia, alcanza su cumbre en el misterio pascual de su muerte y resurrección.

La tradición se encargó de incorporar a la concepción bíblica la nota de ejercicio metódico propia de la ascesis clásica. Contribuyeron a este propósito las numerosas reglas monásticas de los primeros siglos y los directorios espirituales que las siguieron.

El ascetismo cristiano, en definitiva, es seguimiento, imitación y participación en la ascesis de Cristo. Por el bautismo hemos sido injertados en la pascua del Señor, morimos con él y resucitamos con él. Hemos sido hechos hombres nuevos, pese a que aún llevamos residuos del hombre viejo y sufrimos las consecuencias de ello. Nuestra ascesis es extensión de la pascua de Cristo, su finalidad es vivir en plenitud la nueva vida recibida en la fuente bautismal (cf. Rom. 6, 2-13; Gál. 5, 16-24; Ef. 4, 17-5, 20; Col. 3, 1-17). Cualquier esfuerzo ascético, aunque pequeño y vulgar, es un "paso" de la muerte a la vida del hombre viejo al hombre nuevo, es decir: una pascua. Y si nuestra ascesis es una pascua, será también:

- Mariana: por estar María totalmente asociada a la pascua de su Hijo, ella es Madre nuestra, mediadora y modelo de toda gracia, incluída la gracia del esfuerzo ascético. Nuestra ascesis pascual será una ascesis por, con y en María.

- Teologal: la dinámica bautismal se pone en acción por medio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Nuestra renuncia, lucha, esfuerzo y ejercicio acentuarán estas virtudes más que cualquier otra.

- De alianza: esa nueva alianza en la pascua de Cristo que hemos pactado mediante el bautismo. Alianza cuyo mandato o compromiso es el amor, el cual nos hace hombres nuevos: hijos de Dios, hermanos de los hombres y señores del mundo. Nuestra ascesis pascual será filial y fraterna y centrada en el amor.

- Liberadora: por no decir, sencillamente, personalizante. Una ascesis que no nos ayude a ser más personas, más seres relacionales, más hijos y hermanos, no es una ascesis cristiana.

Y baste lo que antecede por lo que se refiere a los fundamentos. ¿Seco? Diría: bien fraguado. No sea que se nos desmorone el edificio por falta de sólidos cimientos.

Alguien me dijo un día: eso de la ascesis es un tremendo lío. Sí y no. Sí, porque la ascesis es algo complejo que implica diversos aspectos y medios. No, pues, pese a todo, se trata de una realidad unitaria. El hecho de que un árbol tenga raíces, tronco, ramas, hojas, flores... no impide que el conjunto de todo eso sea simplemente un árbol.

Distingamos ahora los diferentes aspectos de la ascesis, que casi siempre se superponen e implican mutuamente. Vaya también una palabra sobre cada uno de ellos.

- Conversión: abandono del camino ancho que lleva a la perdición y retorno al Padre por el camino angosto del arrepentimiento efectivo y del perdón.

- Penitencia: interior, en lo secreto del corazón; pero también exterior y física, que no somos sólo espíritu. En satisfacción por el pecado cometido que tanto mal nos hizo y aún nos hace y que tanto ofendió y ofende al Padre bueno. Por el pecado propio y también por el ajeno. Por motivos, asimismo , de comunión con el Salvador que no tenía pecado, pero hizo suyos los nuestros para salvarnos de ellos.

- Combate: ¡la vida del hombre sobre la tierra es una continua lucha!, decía el pobre Job con sobrados motivos. Combate, sí, combate. Pero, ¿contra quién? ¡Por cierto que no contra el vecino! Contra el pecado y sus causas, a saber: el hombre viejo que aún coletea en nuestro corazón, el medio ambiente cerrado y opuesto al evangelio, y en definitiva, contra el demonio que se pasa el día tentándonos.

- Despojo: del hombre viejo, claro está, para revestirnos del nuevo. Y aquí hay unas cuantas cosas. Señalemos las más importantes:

- Abnegación y humildad: que nos vacían de la propia voluntad o egoísmo y del propio juicio o falsedad del orgullo.
- Mortificación: de los cinco sentidos que nos arrastran a una vida sensual, pero sobre todo de la afectividad desordenada que nos desintegra en mil deseos y tendencias malas. Muerte, entonces, pero no a la vida sino a la muerte.
- Renuncia: afectiva o de corazón y efectiva o de hecho a los bienes materiales y espirituales en la medida que nos impidan vivir y crecer en el amor.


Y estamos ya en los medios. ¿Hace falta recordarlos? Los hay fundamentales, como los sacramentos y las virtudes teologales y morales. Y también los hay particulares. Estos últimos reclaman prudencia en su uso y aplicación. Sin prudencia o discreción no se puede caminar hacia el fin propuesto por la senda real de la justa medida, se tropieza en los escollos del exceso por precipitación e inconsideración, o del defecto por inconstancia y negligencia. La importancia de la prudencia es tal que no vacilo en subrayarla con esta anécdota:

Cierto hombre que estaba cazando animales salvajes en el desierto vió al abad Antonio que se recreaba con los hermanos y se escandalizó. Deseando mostrarle el anciano que es necesario a veces condescender con los hermanos, le dijo: "Pon una flecha en tu arco y estíralo" y así lo hizo. Le dijo: "Estíralo más". Y lo estiró. Le dijo nuevamente: "Estíralo". Le respondió el cazador: "Si estiro más de la medida, se romperá el arco". Le dijo el anciano: "Pues así es también la obra de Dios; si exigimos de los hermanos más de la medida, se romperán pronto. Es preciso, pues de vez en cuando condescender con las necesidades de los hermanos". Vió estas cosas el cazador y se llenó de arrepentimiento. Se retiró muy edificado por el anciano. Los hermanos regresaron también fortalecidos, a sus lugares (Apotegmas, serie alfabética, Antonio: 13).

El número de los medios particulares puede variar tanto en más como en menos. Mucho depende de cada persona, estado de vida, actividades, momento y etapa de su itinerario espiritual. Nuestros medios, ya los conocen; son aquellos que nos ayudan a fortalecer nuestro hombre interior: soledad, silencio y escucha, pobreza, castidad y trabajo, autoconocimiento y autoafirmación, aceptación y afirmación del prójimo, vigilia de corazón, educación del amor, diálogo espiritual... Y no los comentamos pues son más para vivirlos que para hablarlos.

Complejidad de aspectos y variedad de medios, es verdad. Pero no por esto la ascesis pierde su identidad. Hasta podemos encerrarla en los límites de una definición: esfuerzo metódico, consciente y voluntario, bajo el impulso de la gracia, para desarrollar la libertad y las virtudes y crecer en el amor, venciendo los obstáculos que se oponen al mismo; esfuerzo que implica toda la vida y se concreta en una serie de medios o ejercicios particulares que ayudan y disponen a la unión con Dios en Jesucristo.

Terminando ya, vuelvo al papa Pablo, ese gran asceta de los tiempos modernos. Su enseñanza a este respecto es abundante, esclarecedora y estimulante. Desde su primera carta encíclica, Ecclesiam suam, había anunciado la necesidad de una pedagogía del bautizado; escuchemos sus propias palabras:

"La vida cristiana... exigirá siempre fidelidad, esfuerzo, mortificación y sacrificio. Estará siempre señalada por el camino estrecho del que el Señor nos habla... No es la conformidad con el espíritu del mundo, no es la inmunidad frente a las disciplinas de una razonable ascética... las que pueden dar vigor a la Iglesia, hacerla idónea para recibir el influjo de los dones del Espíritu Santo, darle la autenticidad de su seguimiento de Cristo... No es flojo ni cobarde el cristiano, sino fuerte y fiel" (47; cf. 33-35).

Y hasta último momento Pablo VI vivió lo que predicó. ¿Saben cuáles fueron sus últimas palabras? Pues éstas: ¡Padre nuestro!

No hace falta agregar nada más. Saquemos nuestras propias conclusiones. Y que ellas tengan bien en cuenta nuestro todo y siempre en María de san José.

Con un abrazo grande para cada uno.

Bernardo


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