Juncal 2636, PB "A" - Ciudad Autónoma de Buenos Aires equiposoplo@gmail.com

VI. PIEDAD CATOLICA

volver
10 de Noviembre de 1980

Muy queridos amigos:

Ninguno de nosotros ignora ya que sin Eucaristía y Biblia no hay fundamento para contemplar al Padre, por Cristo, en el Espíritu y María. Y podemos también decir que una y otra nos hacen palpitar con la vida de la Iglesia.

Pero la liturgia no agota la actividad de la Iglesia, como tampoco abarca toda la vida espiritual. Y ésta no es enseñanza mía, es enseñanza del Concilio.

Por eso, en esta carta quiero que demos otro paso más. Paso que también considero importante para buscar y encontrar al Padre, en la Iglesia, pueblo y familia de Dios.

Cuando el evangelio, la fe, el cristianismo se encarnan hondamente en un pueblo, entran a formar parte de su cultura, es decir, de su sistema de valores, actitudes y formas de cultivar la relación con Dios, con los hombres y con la naturaleza. La cultura queda así preñada de valores cristianos; tal es el caso de nuestra América Latina. Y los valores cristianos buscan expresarse en diferentes formas; nos interesan ahora aquellas que cultivan la relación con Dios. En otros términos, todo pueblo evangelizado tienes sus expresiones de piedad, sus devociones, vividas sobre todo por los pobres y los sencillos.

Y ya estamos en el tema de la presente carta: la piedad católica. Después de aclarar algunos conceptos, presentaré globalmente las principales y más comunes expresiones de piedad que vive el pueblo fiel. En segundo lugar, me detendré en un par de ellas: la devoción a María y a los santos. Por último, procuraré sacar algunas conclusiones de lo expuesto.

Considero que las palabras y realidades que debemos clarificar son las siguientes: piedad, devoción, devociones y prácticas de piedad. A fin de no enredarme ni enredarlos, contentémonos con un sencillo punteo:

- Piedad: actitud de sumisión, confianza y reverencia debida a Dios en cuanto Padre.
- Devoción: voluntad pronta para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios.
- Devociones: aspectos de la doctrina cristiana, encarnados en prácticas o ejercicios, internos y externos, por medio de los cuales se intensifica la vivencia de un aspecto del misterio de Cristo.
- Prácticas de piedad: equivalentes a devociones, el término señalaría al Padre Dios como destinatario último de las mismas.

Quizás estas definiciones abstractas se nos harán más significativas si las concretamos un poco: ¿Cuáles son las principales prácticas, ejercicios de piedad o devociones cristianas que pueden considerarse católicas o universales? A nuestro parecer, son las siguientes:

- Devociones varias: a María, a los santos, a los difuntos, a Jesús sacramentado y a diversos misterios de la vida y la persona del Señor.
- Sacramentales o signos que manifiestan y comunican dones espirituales obtenidos por intercesión de la Iglesia: agua bendita, bendiciones, velas, medallas, imágenes, etcétera.
- Fiestas y celebraciones: que santifican el tiempo, haciendo presente a personas y hechos santos y célebres del pasado.
- Procesiones y peregrinaciones: que manifiestan y actualizan el caminar humilde, creyente, gozoso y pascual del pueblo peregrino de Dios.

Todas estas prácticas piadosas han de ser tenidas en alta estima. El magisterio de la Iglesia las recomienda encarecidamente y nos ofrece un valioso consejo: "Es preciso que estos ejercicios de piedad se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan..., ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (Sacrosanctum Concilium, 13).

En fin, espero que lo dicho hasta aquí les habrá permitido, además de clarificar nociones, caer en la cuenta de esto: devociones sin devoción, prácticas de piedad sin piedad... son como un huevo sin clara ni yema, son como un cuerpo sin alma. ¡De devociones huecas nos libre el Señor!

Nuestra América Latina, según afirman quienes la conocen mediante la connatural capacidad de comprensión afectiva que da el amor, es un continente esencialmente mariano. La devoción a María pertenece a la íntima identidad propia de nuestros pueblos. María de Guadalupe es un regalo del cielo que simboliza nuestra identidad profunda y la fusión de nuestros corazones con la persona de María.

Pero nadie ignora que hay devociones falsas y verdaderas, tontas y sabias; o, como ya hemos dicho huecas y llenas.

Para que una devoción mariana sea grata a María, para que sea verdadera, debe estar asentada sobre sólidos fundamentos. Pasemos sumaria revista a los mismos, no sea que se nos tache de devotos bobos y la Virgen nos dé vuelta la cara.

- A Jesús por María: el fin es siempre Jesucristo para llegar al Padre por él.
- Veneración singular: porque María es nuestra Madre amabilísima.
- Gratitud profunda: por su fiel colaboración en la obra de la salvación.
- Invocación confiada: porque ella es la Mediadora de todas las gracias.
- Imitación perfecta: pues es modelo acabado que atrae la caridad evangélica.

Y no sólo es necesario que la devoción genuina y verdadera se fundamente sobre lo indicado, ha de reunir asimismo algunas condiciones, sin las cuales corre serio riesgo de edificar con barro y paja luego de haber preparado un fundamento de roca. Estas condiciones pueden abreviarse así:

- interioridad: ha de nacer de un corazón filial;
- santidad: reclama una vida de gracia;
- constancia: exige perseverancia en el bien;
- desinterés: sólo importa agradarle a ella.

El Vaticano II nos recordaba todo esto con gran precisión y aún más ahorro de palabras: "Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes". (Lumen gentium, 67).

Ahora bien, las expresiones concretas de devoción a María, las prácticas de piedad mariana, son incontables; contemos, no obstante, algunas: advocaciones varias; consagración; escapulario del Carmen; medalla milagrosa; santo rosario; tres avemarías; letanías; ángelus; primeros sábados; mes de mayo o noviembre; santuarios...

Pero, ¿cuál de las devociones citadas es la más recomendable? Me atrevo a recomendar tres sin vacilación. Ante todo, aquella práctica que a cada uno más le atraiga y ayude a ser mejor cristiano. En segundo lugar, recomiendo lo mismo que María de Lourdes y Fátima nos recomendó: el rosario. Por último, considero que la práctica más excelente es la consagración a María y su vivencia día tras día.

Me detengo un momento en el rosario, compendio de todo el evangelio y salterio de la Virgen.

El rosario nos invita a evocar y contemplar los mismos misterios de la salvación que la liturgia hace presente bajo el velo de los signos. El rosario es hijo primogénito de la sagrada liturgia, por eso es llamado santo.

No falta quien considera al rosario como una oración harto aburrida. Quizás porque ignore que los distintos elementos del mismo tienen un carácter propio que ha de reflejarse en su rezo. No faltará riqueza y variedad si recordamos que el rosario es sobrio y reflexivo en el padrenuestro; lírico y laudatorio en el calmo pasar de las avemarías; contemplativo en la admiración de los misterios; implorante en la súplica y adorante en el gloria.

Pese a todo, hay quienes se empecinan en que el rosario es una oración mecánica y monótona. Por lo general ésta es la opinión de aquellos que nunca lo rezan. Alguien me dijo una vez, refiriéndose a la sucesión letánica del avemaría: el amor sólo tiene una palabra y diciéndola siempre, no la repite jamás.

Para ser bien sincero, les confieso mi propia experiencia. Cuando comencé a rezar el rosario me ayudaba con el siguiente artificio: durante el padrenuestro fijaba la atención en las palabras que pronunciaba; durante los avemarías, me centraba en la persona de la Virgen, saludándola, alabándola y pidiéndole ayuda, pero también pensaba en el misterio correspondiente a la decena que rezaba; y, finalmente, durante el gloria me dormía o exhalaba como incienso de alabanza... ¿Saben cómo siguió la historia? Pues, desde hace ya unos veinte años que no logro enhebrar dos avemarías juntas, me contento con tener el rosario en la mano, y lo tengo siempre que puedo, de día o de noche. ¡Me consuela pensar que a santa Teresita le sucedía otro tanto!

Pese a todo, basado precisamente en la propia experiencia, les recomiendo sinceramente el rezo diario del rosario.

Huy! Cuánto me he alargado. Y tenía intención de hablarles de los santos y sacar conclusiones. Tendrán que quedar los santos callados y las conclusiones para que otro las saque.

Son las seis de la mañana y acaba de sonar el ángelus. Recémoslo juntos. Oigan, ¿por qué no lo rezamos todos los días, a la mañana, al mediodía y al atardecer? Estoy seguro de que le agradará a María y servirá para unirnos más entre nosotros, con la Iglesia, con los creyentes sencillos y fieles y con el papa Juan Pablo, vicario de Cristo, pastor del pueblo y padre de la familia de Dios.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo grande

Bernardo


volver