Muy queridos amigos:
La palabra hablada la suele llevar el viento; la escrita, me dicen, se puede reencontrar cuando ha sido olvidada. Pero, ¡qué difícil me resulta escribir lo tantas veces charlado! No obstante me dejo convencer. Y aquí me tienen, callado y pluma en mano.
No dudo, lo creo con fuerza: María nos ha ido formando; y lo seguirá haciendo, pues somos Iglesia. Ella nos ha mostrado el misterio de su soledad: María Soledad nos ha cautivado. Soledad, sí, pero no cualquiera; la de ella, la de la Virgen Madre que recibió el anuncio y visitó a los suyos. María es relación de Dios hacia los hombres, su soledad es el rostro interior de su solidaridad, su soledad es solidaria.
Y con todo esto quemando por dentro, nos comenzamos a mover, nos seguimos moviendo, hasta nos llamamos Movimiento.
Perdón por los garabatos que preceden, no pude dejar de lado los balbuceos.
Vengamos ya a lo que en esta carta nos interesa: la espiritualidad y lo mariano de la misma. Nuestra concepción de la espiritualidad cristiana es bien sencilla:
Vida filial y fraterna en el Espíritu, por Cristo, hacia el Padre; vida acogida con fe, obrada en el amor y anticipada por la esperanza.
Ahora bien, esta vida, por su misma naturaleza, es eclesial y contemplativa. La Iglesia es, en efecto, la comunidad de fe, esperanza y caridad reunida en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y, ¿qué es la contemplación cristiana sino fe enamorada en primicia de esperanza, que nos permite unirnos al Padre, por Cristo, en el Espíritu?
De igual modo, la espiritualidad cristiana es de por sí mariana. El aspecto mariano es una dimensión constitutiva de la espiritualidad cristiana; ésta no sería lo que es si este aspecto o dimensión faltase. ¿Por qué? ¡Porque Dios así lo quiso! Pero, ¿cuáles son las razones que lo motivaron? Nuestra ceguera ve, al menos, las siguientes:
La principal, porque María es Madre de Cristo y Madre de su Cuerpo que somos nosotros, la Iglesia.
De lo cual se desprende que la vida divina, la gracia, nos llega por intermedio de María.
Y también que ella es modelo perfecto de vida cristiana que atrae efectivamente invitando a la imitación.
Tengamos bien presente que la misión y acción de María en la entrañas de la Iglesia es una realidad sobrenatural fecundísima que hace de nosotros otros Cristos. La Virgen Madre es el ámbito, el clima, el medio o el seno donde el Espíritu encarna siempre a Jesús.
La Iglesia no ha dudado nunca en confesar esta función maternal de María, aún más: ¡la experimenta continuamente! San Pío X, basado en esta fe y experiencia secular, pudo decir: "No hay camino más seguro y llano que María para llegar a Cristo, unirse a él y obtener por su medio la perfecta adopción de hijos, de modo que seamos santos e inmaculados a los ojos de Dios" (Ad diem illum).
Las espiritualidades marianasreconocen y enfatizan los rasgos marianos del rostro de Cristo; ponen al descubierto la impronta, el matiz o colorido mariano de la espiritualidad cristiana; procuran usar todos los medios necesarios para que María se haga más presente y acreciente su influjo.
Quienes viven explícitamente una espiritualidad mariana perciben la presencia personal y sienten el influjo positivo y modélico de María en sus vidas. María-Madre, despierta el corazón filial que duerme en ellos y crea el clima familiar en que se sienten y son hermanos. María-Mujer, les ayuda a espiritualizar la carne y encarnar el espíritu.
En fin, cualquiera que a nosotros nos viera, no sólo tendría que poder reconocer a Cristo, sino que también, por nuestras actitudes y obras, debería poder afirmar con facilidad: ¡eres hijo de María!
Pero en nuestro caso particular y concreto, en Soledad Mariana, ¿de qué nos es modelo y hacia dónde nos atrae María? ¿Qué nos invita a imitar y qué desea regalarnos?
Supongo que no tendrán que dar muchas vueltas para encontrar las respuestas. Sí, eso es: ¡la contemplación en su soledad solidaria!
Hemos recibido la gracia de ser contemplativos en María para edificar la Iglesia e iluminar el mundo. Contemplativos en María, teniendo parte en su fe, esperanza y caridad; contemplando la vida y el obrar de Dios con los ojos de María; contemplando el misterio de Cristo con su fe enamorada, con su fe iluminada por el fuego del amor, en su luz caliente que ilumina y enamora. Efectivamente, en la sabiduría de María, sabroso saber, sabemos a qué sabe Dios y actuamos en consecuencia.
Esto nos lo mostró y comenzó a enseñar la Guadalupana desde el primer día. Está en nuestro mismo nacimiento, en nuestras raíces y origen. Sin esta gracia no tendríamos razón de ser ni sentido ni nombre, careceríamos de identidad. Todo lo demás viene por añadidura. Esta es nuestra aportación a la Iglesia de hoy: contemplar con la luz de los ojos fieles de María, amando en el fuego de su corazón en llamas.
Nos lo enseñó y enseña María y nos lo confirman los obispos reunidos en Puebla: "Toda de Cristo y, con Él, toda servidora de los hombres..., contemplación y adoración, que originan la más generosa respuesta al envío, la más fecunda evangelización de los pueblos" (294; cf. 251).
Bueno, no quiero quitarles más tiempo ni aburrirlos. ¿Tienen un segundo más? Entonces oremos juntos diciendo:
María Guadalupana,
la de los ojos contemplativos y entrañas misioneras,
manos orantes y pies evangelizadores:
¡enséñanos a vivir la unidad de tu misterio!
En Dios para los hombres
y con los hombres para Dios.
Cara a cara con Él,
hasta en el codo a codo con ellos.
Virgen Madre de la Anunciación
Madre Virgen de la Visitación
escucha nuestro ruego
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Y termino proponiéndoles algo hasta la próxima carta; pidamos la gracia y pongamos los medios para seguir creciendo en el misterio de la Guadalupana: todo en Dios y Dios en todo.
Cuento con sus oraciones. Están presentes en el sacrificio de las mías. Que la oscuridad les sea transparente por la luz y el amor de la Inmaculada.
Siempre en ella, con un abrazo para cada uno.
Bernardo